Domingo 5/10/2014. Había quedado con Oscar en
ir hasta Ancud para ver las fortificaciones españolas, Chiloé fue el último
bastión de las tropas realistas en América Latina. Tomé el ómnibus en la Terminal y él me esperaba
allí. En el mismo ómnibus también viajaba otra pareja chilena que también iba a
hacer la excursión.
Fuimos al Museo de las Iglesias de Chiloé.
Allí nos explicaron que estas construcciones no tienen clavos, sino que los
listones de madera están encastrados unos con otros. Eso las protege de los
terremotos.
Una de los fuertes españoles de la zona es el
de San Antonio, al lado del mar y con sus cañones apuntando hacia allí.
Visitamos la bahía Pumillahue, sobre el
Océano Pacífico.
En Puñihuil había una hostería y comimos, yo
pedí unas empanadas gigantes de queso que eran muy buenas.
Me ofrecieron
navegar hacia una isla cercana para ver pinguinos, pero preferí quedarme en la
playa. La pareja chilena fue a ver los pinguinos y yo subí con Oscar a un
mirador desde donde se veía toda la costa.
Allí cerca, también sobre el Océano Pacífico,
está el Faro Corona, de la Armada Chilena.
Un oficial muy amable nos atendió, nos invitó a subir al faro y nos mostró
varios objetos de navegación que exhibían allí.
Fuimos a visitar otro fuerte español, llamado
San Miguel de Ahui, también con cañones y al lado del mar.
De allí Oscar nos
dejó en la Terminal
y tomamos el ómnibus de vuelta a Castro. Los ómnibus chilenos son de un solo
piso, cómodos y muy puntuales.
En Chiloé hay muchos perros callejeros.
Cuando iba caminando desde la
Terminal hasta el hotel varios me siguieron, como
escoltándome. Respiré tranquila cuando llegué.
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