Miércoles 27/7/2016. Desayuno con waffles exquisitos. Lloviznaba sin parar. Fuimos al Lago Myvahn, que significa lago de los mosquitos, y parece que son insoportables, pero por suerte llovia y no habia ninguno.
Bajamos del ómnibus a ver unos falsos cráteres y llovia mucho. Un rato después volvimos a bajar para hacer una caminata entre formaciones de lava petrificada, y seguía lloviendo.
Ya no llovia cuando volvimos a bajar para ver una cueva (a la que no entré por mi clautrofobia) y una gran grieta formada por algún terremoto hace miles de años.
En esta zona también había fumarolas y mucho olor a azufre: Islandia es naturaleza en estado salvaje, el mar, la lava, el agua hirviendo que sale de la tierra.
Comimos en una estación de servicio y seguimos viaje a Godafoss, la cascada donde los celtas tiraron las imágenes de los dioses paganos cuando se convirtieron al cristianismo.
En cuarenta minutos más llegamos a Akureyri, la capital del norte de Islandia. Para mi, que soy urbana, fue una alegría llegar a una ciudad, y más a una tan bonita. El hotel al cual nos llevaron estaba en lo alto, también tenía muebles de diseño escandinavo, madera clara y líneas rectas.
Bajé al centro, recorrí la calle principal y volví a subir.
Más tarde volví a bajar por otro camino, entré en la iglesia y fui a comer pizza con cerveza.
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