miércoles, 24 de enero de 2018

VIAJE A CHINA, COREA Y JAPÓN. BEIJING Y LA GRAN MURALLA

Martes 16/1/2018. A las 3 de la mañana me estaba arreglando las uñas,  y a las 5 ya estaba bañada y vestida, la diferencia horaria es de once horas y cuesta acostumbrarse.
A las 6,45 bajamos a desayunar. Comí waffles con mermelada, tostadas, queso,  facturas, tomé dos cafés y jugo. Gareth no tenia hambre y sólo comió arrollados primavera. Hace un grado o dos bajo cero, está fresquito.
A las 8,30 encontramos a Louis en el lobby. No tenía el dato del cambio de vuelo, cuando Bruni avisó en Buenos Aires en Beijing era de noche, y al día siguiente era domingo. Los vuelos llegaron a distintas terminales.
Somos seis personas, tres madres con hijos adultos. Una madre de Belho Horizonte, otra de Mar del Plata y yo. Subimos a una van con lugar para 20 y fuimos hacia el norte a la Gran Muralla, sector Badaling. En Beijing no se ven montañas,  empezaron a aparecer más al norte, y también se ven otros sectores de la Muralla.




Lo primero que hizo Louis fue quejarse del gobierno chino y de los funcionarios, que son ricos. El tiene tres horas de viaje desde su casa, en un suburbio de Beijing, hasta el centro, y otras tres de vuelta. Contó que es muy caro alquilar o comprar en la ciudad.

Sin embargo Beijing es una ciudad llena de autos nuevos y con miles de edificios gigantes, o sea que evidentemente hay mucha gente que sí puede pagarlos.
Desde la playa de estacionamiento caminamos unos 500 metros hasta la entrada de la Muralla. No es recta ni fácil de recorrer, hay escaleras y sectores ascendentes y descendentes. Pensaba que a mi pobre amiga Bruni si hubiera podido venir con su cadera recién reparada le habría costado mucho hacerlo. Y mientras me imaginaba esto patiné y me caí bajando una pendiente!! Estaban los demás e intentaron ayudarme a levantarme, pero les hice señas de que no, me di un golpe fuerte en la espalda y sentía que no podía respirar,  además de darme risa lo absurdo de la situación. Después de unos minutos me ayudaron a levantarme y me repuse,  pero me dolía.







De allí volvimos hacia el lado de Beijing y fuimos a un edificio donde nos explicaron el proceso de cloisonné,  que es una artesanía china de aspecto similar a la porcelana, pero con base de cobre.



En el primer piso había un comedor donde nos sirvieron el almuerzo,  carne, chicken fingers, papas fritas, arroz. En el medio de la mesa había una superficie giratoria que simplifica el servirse, y que me resultó familiar por haberlo visto en el Tíbet.
De postre trajeron naranjas cortadas y algo que tenía sabor a papa.


Las grandes avenidas y los monstruosos edificios de Beijing me recordaron a Moscú,  esta tampoco parece una ciudad amigable para caminar.
Otra vez al bus. Paramos en una gran avenida, subimos a un puente y desde allí vimos el hotel más grande de Asia, de 2000 habitaciones,  con forma de dragón,  el estadio Nido de Pájaro,  usado para las Olimpiadas de 2008 y la gran pileta llamada Cubo de Agua.
Cuando llegamos a Japón, más tarde en este mismo viaje, supe que lo del "hotel más grande de Asia" era un cuento chino, en Tokyo nuestro hotel tenía 3560 habitaciones.






Después pasamos por el Swissotel,  que es imponente visto desde afuera, y fuimos a una casa de té,  donde nos convidaron varios de distintos gustos (jingseng, jazmin, negro, rojo y frutado). Por supuesto también intentaron vendernos el té, pero nadie compró)



Teníamos dos horas para recorrer el mercado de la seda, un shopping de cinco pisos donde vendían comida, ropa, zapatos. Sólo compramos unas galletitas y caramelos en el supermercado del quinto piso, luego fuimos bajando por las escaleras mecánicas y nos sentamos a tomar un café en un bar de la planta baja. Nos sobró tiempo y volvimos al bus.
La última actividad del día era la cena de pato laqueado, en un restaurante cercano,  en el centro de Beijing. Todavía no eran las seis de la tarde. Antes del pato trajeron pollo, carne y cerdo, todo bañado en una salsa algo dulce, horrible. Después langostinos, cebollas, apio y brotes de soja. Llegó el pato, con un borde grasoso, y algo que parecían panqueques blancos. Todo horrible, lo que probé no me gustó y la mayoría de los platos no los probé. No cabían más fuentes en la mesa, lo que trajeron era absolutamente desproporcionado para seis personas. De postre había sandía.



Nos dejaron en el Hotel a las 7.
Nadie había entrado a arreglar mi habitación y me sorprendió.  Unos minutos después tocaron a la puerta  para decirme que no habian entrado porque yo habia pedido privacidad y me ofrecieron venir. Accidentalmente toqué un botón que pedia no entrar. No quise que vinieran, eataba dolorida. Lo primero que hice fue tomar un ibupirac 600 y me quedé dormida.

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