domingo, 28 de enero de 2018

VIAJE A CHINA, COREA Y JAPÓN. DE SHIMONOSEKI A HIROSHIMA

Sábado 27/1/2018. Puse el despertador a las 5,30 porque pensé que llegábamos a las 6,30 pero no fue así. En la recepción había un cartel que decía que desembarcábamos a las 7,45. Durante la noche se cayeron al piso varias cosas por el movimiento del barco.
Había agua caliente en un dispenser muy cerca del camarote, me hice un café y salí a la cubierta. Hacia frio afuera,  pero soportable.






Llegamos a Japón, pasamos Migraciones y la Aduana, y esperamos un ratito hasta que apareció Emoki, nuestra guía japonesa.
El 70% del territorio de Japon es montañoso, tomamos una autopista y pasamos varios túneles cavados en las montañas, y también puentes, porque Japón es todo islas, cuatro principales y 6000 más pequeñas.


Fuimos a la ciudad de Iwakini a ver el puente Kintaikyo sobre el rio Nishiki, que tiene cuatro arcos y fue construido en el siglo XVII.




Cruzamos el puente y fuimos a pasear a un parque que había al otro lado del río.  Patricia, Noemi y Gareth tomaron un helado de té verde, que se llamaba "lágrimas de Cleopatra". Lo probé y tenia gusto raro.







En Japón hay inodoros inteligentes. Cuando uno se sienta, están calentitos (ahora en invierno, no sé en verano) y empiezan a tirar agua. Tienen función "shower" y "bidet".


Tomamos un ferry que en diez minutos nos dejó en la isla Mijayima, donde hay un santuario shintoista. Hacia frio. Emoki mostró como lavarse las manos para entrar al templo, pero no quise sacarme los guantes. En la isla hay ciervos amigables que se acercan a la gente, no tienen cornamenta.












Dentro del mar está el Torii,  que es como una puerta color naranja del templo shintoista. Según suba o baje la marea, la gente puede llegar hasta allí.










Después caminamos por una calle muy animada y comimos sándwiches en el Starbucks donde podía pagar con tarjeta,  porque todavía no tenía yenes,  la moneda local.
Volvimos a la Terminal y regresamos en el ferry.











Otra vez en la van, fuimos al Museo de la Paz de Hiroshima. Es un edificio muy grande, y había mucha gente. Había fotos de la ciudad antes y después del 6/8/1945, del estado en que quedaron objetos de uso cotidiano después del bombardeo, que causó una temperatura de 3000 grados en el epicentro, historias escalofriantes de niños que lograban volver de la escuela a su casa para morir allí,  maquetas de la bomba. También la historia de Sadako Sasaki, una niña que tenía dos años en 1945 y que murió de leucemia diez años después.




Caminamos con Emoki por la ciudad, vimos varios monumentos conmemorativos, un monolito que marca el epicentro donde cayó la bomba, y el edificio con cúpula que quedó como testimonio de tanto horror.





 

 



Hicimos tiempo en la van fabricando con origami una grulla de la paz como nos explicó Emoki hasta que fue la hora de ir al restaurante.
En un edificio de restaurantes subimos en el ascensor al nuestro en el segundo piso. Era muy raro. Espacios delimitados para quince personas,  una mesada de metal caliente y bancos alrededor. En la mesada cocinaban con una tapa de panqueque, relleno de fideos, brotes de soja, panceta, camarón,  calamar y otros ingredientes inidentificables,  otra tapa de huevo, y topping de salsa de soja y cebolla de verdeo. Sólo conseguí que al mio no le pusieran salsa ni cebolla de verdeo, y comi un poco, separando los mariscos.
 












Fue un día muy largo. Finalmente llegamos al Grand Hotel Prince de Hiroshima. Estaba muy cansada y me fui a dormir.

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