Lunes 22/7/2013. Me levanté a las 3 de la mañana y a las 4 me vinieron
a buscar para llevarme a Sheremetievo, uno de los cinco aeropuertos de Moscú,
desde donde salía mi avión a Praga con escala en Kiev, la capital de Ucrania.
Llegamos al aeropuerto a las 4,30 de la mañana, pero el check in
recién empezó a las 5,30.
El vuelo salió puntual y en una hora y veinte minutos estábamos en
Kiev. Me compré una coca en un bar del aeropuerto y casi todos tomaban cerveza, a las 9 de la mañana!! Será su desayuno?
Tuve que esperar dos horas para que saliera el vuelo a Praga, que tardó
otras dos horas. Cuando llegué averigüé por el ómnibus que hace el trayecto del
aeropuerto al centro y compré el ticket.
Hacía mucho calor y un sol muy fuerte. El ómnibus no fue puntual, iba
pasando por las terminales recogiendo pasajeros y cuando llegó a la mía estaba
lleno. Tuve que esperar el siguiente, que tardó unos cinco minutos, aunque teóricamente
tienen una frecuencia de media hora. El ticket me costó 150 coronas, o sea unos
seis euros. En el stand donde me lo vendieron me mostraron en el mapa donde me
iba a dejar y que la calle Dlouhá donde está mi hotel estaba a unos 200 metros.
Tardó media hora en llegar al centro, y el mismo chofer me explicó
para qué lado debía caminar mostrándome en el mapa, pero aún así con el mapa en
mano y tantas explicaciones me perdí y tuve que preguntar. Finalmente llegué
muerta de calor a mi hotel, en Dlouhá 48. Pero muy amablemente y pidiéndome
disculpas me explicaron que tenían problemas con el edificio en construcción de
al lado y me mandaron a otro hotel en Dlouhá 17, o sea que tuve que caminar 200
metros más bajo el sol y arrastrando la valija por las piedras.
Este lugar es muy agradable, y mi habitación muy luminosa y amplia. El
baño también tiene una gran ventana y todo da al contrafrente, a un pulmón de
manzana muy grande. Praga es mucho más amigable que Moscú y en este lugar
pequeño me siento mucho más cómoda que en ese hotel monstruoso de cinco
estrellas tan impersonal. Además todos hablan inglés.
Descansé una hora y salí a caminar, cuidando de no perderme. Llegué a la
Old Town Square, donde había miles de
turistas, puestos de comida y negocios. Mucho calor y sol. Tomé un helado
exquisito. Buscaba la oficina de turismo para averiguar por el bus turístico, y
encontré un chico con un paraguas rojo del bus. Le dije que quería tomarlo y me
llevó caminando hasta la oficina allí cerca en un callejón, que yo nunca
hubiera encontrado. El ticket vale 500 coronas (unos 20 euros) y tiene validez
por 48 horas.
Esperé hasta las 4 de la tarde y un chico muy joven que es de Albania
me llevó caminando hasta encontrarlo. La primera parte es a pie, porque el bus
no puede entrar en pleno centro. Caminamos por la Av. Napricopia y me contó la
historia de Jan Hus, el héroe nacional. Llegamos al bus y me subí.
No es de dos pisos como el de Buenos Aires y otras ciudades, y la
parte de atrás es descubierta. Los comentarios en realidad no son muy buenos, y
tiene pausas muy grandes. No saqué fotos hoy, porque sólo pretendía ubicarme en
la ciudad, mañana lo tomaré otra vez.
Era la última vuelta y me dejó en el mismo lugar. Por supuesto que al
volver me perdí y tuve que preguntar. Pero ya sé como volver al hotel desde la
Old Town Sq. y ese es el centro de la
ciudad y todos lo conocen. Cuando llegué me compré un crepe de jamón y queso
(es lo primero más o menos sólido que comía desde hacía más de 48 horas) y volví al
hotel.
Eran las seis y media de la tarde y estaba muy pero muy cansada. Me fui
a dormir.
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