Tomé el avión de Aerolíneas el miércoles 24 de marzo de 2010. Viajaban también Sebastián y varias chicas del grupo que yo no conocía. Llegamos a San Juan a las 9 de la noche y nos estaba esperando Cristian, de Posta Inca, que yo pensé que era el operador local, pero después me enteré que sólo era otro intermediario. Ellos iban a dormir a un hostel y yo tenía reserva en el Hotel América. Hicieron una reunión en el hostel para explicar las alternativas del viaje a la que también fue Erica, que ya estaba en San Juan y también se hospedaba en mi hotel. Después de la reunión Cristian nos llevó a ambas al hotel. No era gran cosa, pregunté si podía comer algo allí y me dijeron que no, así que caminé dos cuadras y fui a una estación de servicio YPF a comer un roll y tomar un café.
A las 7 de la mañana del jueves 25 me encontré con Erica en el desayunador, y a las 8,30 nos vinieron a buscar.
Eramos hasta ese momento ocho personas, en dos camionetas 4x4. Despues se agregó otra con tres sanjuaninos. Salimos de San Juan y pasamos por Jachal, el dique Los Cauquenes y la cuesta del Huaco.
Llegamos al refugio del peñón, construido durante la presidencia de Sarmiento para los arrieros que llevaban ganado a Chile. Pasamos por la Laguna Brava, llamada así porque ruge cuando hay mucho viento (no la escuché rugir). Vadeamos el rio Macho Muerto y llegamos al campamento de La Brea.
La Brea es un campamento de exploración minera donde nos alojamos. Un lugar bastante precario, había un dormitorio con diez camas (tipo cuchetas) que usamos las mujeres (que eramos mayoria) y otro más chico para los hombres. El baño era común y estaba a unos treinta metros del galpón dormitorio. Como para levantarse a hacer pis de noche! En otro galpón estaban la cocina y un depósito. A una cuadra había un baño termal techado, pero no me tentó ir.
Este era el baño.
Y este el galpón dormitorio.
Con la leña cocinaban y prendían las estufas de noche.
El campamento se llama Chumingo Araya en recuerdo de un chileno que vivió allí casi toda su vida y murió en 2008.
En el campamento había un hombre que se llamaba Marcelo que cocinaba, arreglaba las camas y limpiaba el baño, que siempre estaba limpio y tenía agua caliente por termotanque con garrafa a gas. Había un generador de energía eléctrica que apagaban de noche.
Ese día Marcelo -que cocinaba muy bien- hizo milanesas con puré, sólo agua y gaseosas, parece que no se puede tomar alcohol en la altura (lla llamaban la ley seca de la cordillera).
Esa noche me empezó a doler la cabeza por la altura, y no fui la única. Es un dolor muy molesto en la nuca del lado derecho, resistente a las aspirinas, y que no me abandonó definitivamente casi hasta que me fui de San Juan. Decían los lugareños que había que tomar mucho líquido, que el dolor de cabeza era normal hasta que el cuerpo se aclimatara, y que no era grave si uno no se mareaba o devolvía. Pero el dolor de cabeza constante es muy molesto y lo pone a uno de mal humor.
El viernes 26 salimos en las tres camionetas a la quebrada de La Brea, subimos a 4600 metros sobre el nivel del mar (el campamento estaba a unos 4000), vimos el Glaciar del Potro, los cerros Vicuña y Amarillo, y llegamos hasta el límite con Chile. Vimos cientos de vicuñas.
Esas que parecen hormiguitas en realidad son vicuñas.
Allí arriba hacía mucho frío y viento.
Pasamos por las lagunas Las Huaicas Chicas y Las Huaicas Grandes donde suele haber flamencos pero en ese momento lamentablemente no había.
Almorzamos en otro campamento minero que se llama Batidero, donde nos dieron una picada y milanesas napolitanas.
Acá estoy en una de las paradas tratando de que se me pase el dolor de cabeza.
Dos de las camionetas 4x4 eran Land Rover y la de Cristian una Toyota. A la vuelta Santiago subió una cuesta muy pronunciada para ahorrar camino. Pablo también la subió, pero Cristian lo intentó tres o cuatro veces y no podía subir. Tuvimos que ir por el camino más largo. Después fue Santiago quien no pudo subir otra cuesta, que era muy brusca y con suelo arenoso. Regresamos a nuestro campamento a las 8 de la noche.
Esa noche Marcelo hizo pollo asado con ensaladas, que estaba muy rico.
El viernes 27 me desperté a las 6 de la mañana con dolor de cabeza. Me tomé una aspirina pero no se me pasaba, así que decidí bañarme. No había luz, me puse los pantalones y la campera sobre el camisón y me fui al baño con mi linternita de led. El agua estaba bien caliente y se me pasó el dolor de cabeza, pero todo el tiempo me dije a mi misma que ya es hora de dejar de hacer locuras!!
Desayunamos (Marcelo hace pan de molde casero, y el último día me dio la receta) y salimos rumbo al Parque Nacional San Guillermo en las tres camionetas.
Esta vez me tocó ir en la que manejaba Santiago Nielsen, que es quien realmente presta el servicio, vivió toda su vida en la cordillera, ama el lugar y es el dueño de una empresa de explotación minera y del campamento en el cual nos alojamos. Es un hombre de unos 55 años, muy simpático, que estaba bastante molesto con los dos chicos, Cristian y Sebastián, porque habían organizado mal las cosas, porque para él en este tipo de expediciones lo ideal era que no pasara de seis personas. Tiene tres hijos varones que trabajan con él -uno de ellos, Pablo, manejaba otra de las camionetas- y una hija que es médica y está haciendo la residencia en Buenos Aires.
A todos los sanjuaninos les pregunté cual era la verdad sobre la minería a cielo abierto, el uso del cianuro en la explotación y la contaminación y qué opinaban de la Barrick. No todos eran pro Barrick, pero todos coincidían en que los procesos están muy controlados, que se hacen permanentemente estudios de impacto ambiental, y que la empresa ha dado trabajo a mucha gente y ha ayudado a la comunidad. Una de las sanjuaninas trabaja en una biblioteca y me contó que tenían internet proveido por la Barrick. Santiago estaba indignado de que Pino Solanas opinara sobre minería, decía que mejor se dedicara a buscar soluciones para la contaminación de la provincia de Buenos Aires.
La entrada al parque es una huella, no hay camino y sólo se puede entrar en 4x4 con permiso de los guardaparques.
Me contó Santiago que él mismo había hecho la mensura del parque, que las tierras eran privadas y que la provincia las expropió para cederlas a la Nación y crear el Parque Nacional, en 1998. Pasamos por la Quebrada del Infiernillo y entramos en el Parque Nacional San Guillermo. En el camino de entrada nos encontramos con varias camionetas, iban dos guardaparques (uno de ellos era una chica de no más de 30 años), funcionarios del Departamento de Medio Ambiente de la Provincia y periodistas de San Juan, que nos filmaron. Los guardaparques hicieron un listado con nombre, número de documento y procedencia de cada uno de nosotros.
Entramos al Parque por el norte, hay otra entrada por el sur en la cual hay que vadear varias veces el Río Blanco y que en ese momento estaba intransitable por las crecidas. Recorrimos la Quebrada de Santa Rosa y vimos el Cerro La Gloria, al cual le saqué muchas fotos porque me encantó por su forma geométrica.
El Parque Nacional San Guillermo tiene 140.000 hectáreas, y hay miles de vicuñas. No se puede salir de la huella, sólo se pueden visitar los lugares que los guardaparques indican.
Así llegamos al Mirador (3740 metros sobre el nivel del mar), desde donde se ve una planicie impresionante que se llama el Llano de los Leones, donde dicen que hay pumas, pero no vimos ninguno. Tampoco cóndores que también dicen que hay. Comimos alli mismo sandwiches de milanesa, cuidando de no dejar residuos. Luego seguimos hacia el sur, hasta otro de los lugares permitidos, que se llama Los Caserones (3480 metros sobre el nivel del mar), y son formaciones rocosas similares a Talampaya.
Hacia el sur se ve la Cordillera de Colanguil. Vimos muchísimas vicuñas, que corren cuando escuchan los motores. En el Parque la velocidad máxima es de 20 km por hora.
Casi siempre allí hay un cielo muy azul sin nubes, pero ese día se nubló y se veía que llovía a lo lejos. Hay mucha sequedad y se nota en la garganta y en la piel.
La puesta de sol en el campamento fue espectacular, todo se puso color naranja.
Esa última noche en el campamento Marcelo hizo asado. Estaba exquisito, había chorizos, morcillas, tira de asado y vacío, con coca cola y agua, qué crimen! Una de las sanjuaninas le reprochaba a Santiago tener que comer asado sin vino.
Después del asado me bañé y me lavé el pelo, que sentía sucio por la tierra. Al día siguiente había que levantarse a las 6,30 porque se necesitan siete horas para llegar a San Juan y varias de nosotras tomábamos el vuelo de Aerolíneas a las 20,55.
Después de desayunar le pedí a Marcelo la receta del pan de molde casero que me gustaba tanto, y me la dió (en la proporción infernal que él hace y que tendré que adaptar): 10 kilos de harina, dos vasos de aceite de maiz, 250 gramos de grasa porcina, sal y tres paquetes de levadura de 50 gramos. Amasa todo muy bien y lo cocina en horno de barro.
Finalmente salimos a las 7. Ese día me tocó ir en la camioneta que manejaba Pablo, el hijo de Santiago, un chico encantador de alrededor de 25 años. Llegamos al Río Blanco, límite con La Rioja, a las 8,45, y a las 10.30 a la Laguna Brava. Son lagunas de altura, con agua salada. la Brava parece que tuviera nieve en la superficie pero es sal. Sólo los flamencos toman esta agua, pero había uno solito.
Hace unos 50 ó 60 años un avión que iba de Perú a Chile transportando caballos de carrera tuvo un desperfecto y aterrizó sobre la laguna pensando que era tierra firme. El piloto y el copiloto sobrevivieron y los caballos escaparon, y dicen que este accidente fue el origen de los caballos pura sangre riojanos. Los restos del avión se ven en la laguna, y un ala está muy cerca de donde paramos.
Aquí se ve el ala del avión.
Allí mismo comimos sandwiches de jamón y queso con el pan de molde casero tan rico de Marcelo. La Laguna Brava está a 4500 metros sobre el nivel del mar.
Pasamos la Quebrada del Peñon y llegamos nuevamente a Villa Unión, La Rioja. La camioneta la manejaba Pablo y veníamos los tres sanjuaninos -las hermanas Inés y Lila y un hombre que era compañero de trabajo de una de ellas- y yo. Los sanjuaninos eran muy divertidos, hablaban y tomaban mate permanentemente y cuando parábamos se iban a hacer pis atrás de las piedras del camino. Cuando estábamos por llegar a Villa Unión empezaron a imaginar que se iban a tomar una cerveza helada -a esa hora ya hacía bastante calor- pero cuando llegamos a la estación de servicio el bar estaba cerrado. Los sanjuaninos le pidieron a Pablo que los llevara a otro lugar a tomar cerveza porque no tenían apuro. Fui con ellos, compré una cerveza para mí y me volví con Pablo, ellos se quedaron en ese bar y Pablo los iba a buscar en un rato.
Cerca de San Juan nos volvimos a juntar las tres camionetas y yo me pasé a la de Cristian, junto con las demás que iban al aeropuerto. Aerolíneas se portó bien esta vez, salimos y llegamos a horario y a las 11 de la noche ya estaba en casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario