Jueves 5/4/2012. Dormí
profundamente con el murmullo del río Urubamba de fondo y la ventana abierta. A
las 6 me desperté y bajé a desayunar. Queso de cabra, aceitunas, café, jugo de
piña, frutas, el desayuno muy bueno, aunque el hotel podría ser mejor.
Todo se secó, las
zapatillas con la ayuda del secador de pelo. Vi en Internet que hubo seis
muertos por la tormenta en BA y que cayeron árboles y techos.
Estaba nublado. Dudé si
volver a subir a Macchupicchu o quedarme en Aguas Calientes. La recepcionista
del hotel le estaba contando a un pasajero sobre un museo de Macchupicchu, le
pregunté y me dijo que estaba en la ruta de los buses que suben, justo después
de pasar el puente. Decidí ir al museo, que estaba a unas 20 cuadras.
Allí muestran fotos del
lugar cuando lo encontraron, cubierto de vegetación, y dice que había dos
familias de la zona que vivían ahí. Muestran objetos que fueron encontrados en
Macchupicchu. Los pobladores de la zona conocían la existencia de este lugar,
que llamaban Pijchu. El descubridor Hiram Bingham estaba buscando la vieja Villcabamba,
el último refugio de los incas, cuando la encontró. La disposición escalonada
de las construcciones se adapta al relieve pero además impide que unas
proyecten sombras sobre otras, aprovechando al máximo la luz del sol. La ciudad
está dividida en dos zonas, como todas las ciudades incas: la agrícola y la
urbana, y ésta última, a su vez, en espacios para las clases altas y las clases
bajas. La orientación este-oeste también tiende a maximizar la luz. Los
entierros de los muertos se hacían en cuevas o dentro de las casas, siempre con
sus objetos de uso cotidiano, comidas y bebidas. Cuando terminé de recorrer el
museo vi un video donde mostraban los trabajos de mantenimiento que se hacen permanentemente
para mantener limpias las piedras y los senderos. Cuando salí, lloviznaba. Al
lado había un jardín botánico y entré. Muchas plantas exóticas, me gustaron los
helechos gigantes.
Salí cuando sentí que me
había picado un bichito en la mano y volví a Aguas Calientes. Entré en un bar y
comí pizza peruana, finita y crocante, con jugo de papaya.
Me llamó Roxana, que ya
había vuelto de Huaynapicchu, y quedamos en encontrarnos más tarde. A la 1 de
la tarde volví a la zona del hotel, pero no pude comunicarme con ella. Empezó a
llover muy fuerte. Recién nos encontramos a las 2 en la estación de tren, las
valijas las traía una persona del hotel, y a las 3 tomamos el Vistadome de
vuelta a Ollantaytambo. Este tren tenía seis vagones, y mesas dispuestas frente
a los asientos. Nos sirvieron un snack de quesos, frutas secas, tostadas
diminutas, tomate disecado y pastel de quinoa.
Después apareció un
personaje disfrazado de diablo que bailó, y por último los mismos que atendían
el vagón hicieron un desfile de modas con artículos de alpaca.
Se hizo muy corto el viaje
con tanto entretenimiento. Cuando llegamos a Ollantaytambo subimos al bus de
Condor que tardó dos horas en llegar a Cusco. Nos instalamos y a las 9 hicimos
una cena grupal en un restaurante frente a la plaza, con servicio buffet (mucho
pescado que no comí, pero también pollo a la carambola con salsa dulce y
cordero). Había show de canciones y bailes andinos. A las 11 de la noche
volvimos y me fui a dormir.
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