Miércoles 4/4/2012.
Desayuné temprano y paseé por el hotel, que es un antiguo monasterio franciscano,
hasta la hora que nos vinieron a buscar.
El hotel fue abandonado en
el siglo XVIII cuando se expulsaron a todas las órdenes religiosas, después fue
de propiedad de un escritor cuyo retrato está en una de las paredes saliendo
del restaurante, y en 1999 lo compró un español y lo recicló. Dentro del predio
del hotel están la iglesia, por cualquier urgencia espiritual, y un enorme
huerto.
Tomamos el bus 9,45 y
fuimos a la estación de tren de Ollantaytambo. Allí subimos al tren Vistadome,
muy moderno y turístico, que tarda una hora y media para llegar a la estación
de Aguas Calientes. Cuando vine en 1980 se tomaba el tren de línea en Cusco que
tenía vagones de madera y donde viajaban los lugareños con gallinas vivas y
sacos de maiz. Los tiempos han cambiado.
Cuando llegamos a Aguas
Calientes encontramos al guía de la agencia Cóndor y a los emisarios de los
hoteles que se llevaron nuestro equipaje.
Solamente Roxana y yo
estamos en el Inti Inn. Nosotros nos vamos directamente a Macchu Picchu.
Después de algunos contratiempos porque había gente que no figuraba en los
listados de ninguno de los hoteles, todo se arregló y subimos al bus, que en
unos veinticinco minutos subió la montaña y nos dejó en Macchu Picchu.
Aquí es selva, mucha
vegetación tropical. Un gentío impresionante, cuando salí escuché que habían
entrado hoy 3.700 personas, a pesar de las inclemencias del tiempo que les
contaré.
El tren Vistadome tiene
ventanas de vidrio que ocupan hasta una parte del techo, para que todos admiren
el paisaje, que es imponente. El río Urubamba, muy correntoso, va paralelo a
las vías del tren. En el tren ya se veía lloviznar.
En cuanto llegamos a la
ciudadela, el guía sugirió comer primero e ir después a hacer la visita. Todos
aceptamos, hasta que vimos la cantidad de gente que estaba haciendo fila para
entrar al restaurante. Era la una y media de la tarde, la visita guiada dura
dos horas y el sitio cierra a las 5 y media de la tarde. Había por lo menos
media hora de espera para entrar al restaurante. Varios sugerimos ir
directamente a hacer la visita, aunque perdiéramos el derecho al almuerzo. Más
o menos la mitad del grupo decidimos salir en ese momento. Vino con nosotros
uno de los guías de Cóndor llamado Paul, un antropólogo, y sus explicaciones fueron
muy buenas.
Pero el caso es que ni bien
empezamos la visita empezó a lloviznar. Dudé mucho si llevar la campera (la
mayor parte del equipaje quedó en Cusco y aquí vine con valijita roja y
mochila), que pude poner a duras penas en la mochila, por suerte la llevé, y
también el paraguas.
Lo primero que hicimos fue
subir una escalera espantosamente interminable e irregular para ir al mirador.
Desde allí se ve la imagen tradicional del lugar que uno ha visto tantas veces
en fotos y videos.
Es impresionante la vista
desde ese lugar. También se ve el Huaynapicchu, que es el cerro alto atrás de
Macchu Picchu que sale en todas las fotos, y que sólo 400 valientes pueden
escalar por día. Roxana va a subir, yo lo dejaré para una próxima vida. Cuando
llegué arriba, había parado de llover y me saqué la campera, porque estaba
acalorada. Paul explicó que al momento de la llegada de los españoles los incas
estaban en guerra civil entre los hermanos Huascar y Atahualpa, y que por eso
fueron fácilmente dominados.
La siguiente parada fue en
el torreón, edificio circular con dos ventanas: el sol pasa por cada una de
ellas exactamente en el momento de los solsticios de junio y de diciembre.
Después fuimos al único
sitio de la ciudadela donde hay templos. En uno de ellos hay tres ventanas y la
cruz inca. Ahí empezó a llover otra vez, llovió mientras veíamos el
observatorio astronómico, que es un trapecio que señala los cuatro puntos
cardinales (Paul mostró con una brújula el norte, que coincidía con uno de los
puntos), la cantera, donde se ven bloques de piedra que no llegaron a ser
construcciones, por dos fuentes, una mayor y otra menor, que supuestamente
representan al sol y la luna, que llenas de agua aparentemente eran usadas como
espejos para observar los eclipses, por un cóndor tallado en la piedra
probablemente usado para realizar sacrificios a los dioses, por las fuentes de
agua que encauzan los manantiales, y por la plaza principal, con césped y donde
hay llamas, una de ellas bebé, que según Paul había nacido hoy mismo. Saqué
pocas fotos, la máquina se mojaba y yo tenía la mochila colgada del hombro y el
paraguas en la mano, muy incómodo.
En algún momento saqué el
paraguas de la mochila para protegerme de la lluvia, pero para ir de un lugar a
otro había que subir y bajar escaleras irregulares, y lo tenía que cerrar para
poder agarrarme de las piedras de los costados, el piso ya estaba resbaloso por
la lluvia. El paisaje tan maravilloso no lo podía ver mientras subía y bajaba
escaleras, porque estaba ocupada en ver donde pisar para no matarme.
Me tocó caminar por el
glaciar en el Calafate con lluvia torrencial y caminar por Macchu Picchu también
con lluvia.
Cuando terminó la visita
Paul nos consiguió una box lunch (el restaurante cierra a las 15), donde había
dos sándwiches, dos jugos, chocolates y frutas. Lo comí con los demás del grupo
debajo de unas sombrillas que hay en la entrada. Después me compré un café.
En el desayuno había hojas
de coca y me guardé varias para pedir los deseos a la Pachamama como había
explicado la guía ayer: con tres hojitas en la mano mirando al sol pedir los
deseos y después enterrarlas. Obviamente se frustró el ritual y las hojitas se
las regalé a Roxana que mañana se va al Huaynapicchu. De la famosa energía y de
mis deseos de meditar en Macchu Picchu, nada, se lo llevó todo la lluvia.
Todavía faltaba una hora
para el cierre del sitio pero desistí de volver a entrar, lloviznaba y me
sentía húmeda e incómoda, así que con Roxana nos tomamos el bus, que sale cada
5 minutos, a Aguas Calientes.
Este es un pueblo diminuto y enseguida encontramos el
hotel, que es bastante precario y ni por casualidad del nivel de los que estuve
en Lima, en Cusco, en Paracas y en Urubamba, pero es sólo por esta noche,
mañana regresamos a Cusco.
Quedamos con Roxana, que es
una profesora de historia del grupo que también viaja sola y está en la
habitación de al lado, en encontrarnos más tarde para ir a comer algo.
Zapatillas, medias,
pantalones, campera, cuaderno donde anoto todos los datos, todo estaba húmedo.
Dejé la ventana abierta y escuchaba la lluvia, después me di cuenta que ya no
llovía, sino que se escuchaba la corriente del río Urubamba.
Me di una ducha bien
caliente, extendí todo para que se secara, y bajé al lobby en medias para
conectarme a Internet, mis zapatillas de repuesto están en Cusco.
Cuando desarmé mi valijita
me di cuenta que me había dejado en el hotel de anoche, que es el San Agustín
Monasterio de la Recoleta ,
en Urubamba, mi vestido largo rojo bordado que me compré en Panamá y que me
gusta tanto pero que no me animo a usar como vestido y uso para dormir. Como
mañana vuelvo a Cusco al San Agustin El Dorado que es de la misma cadena, llamé
por teléfono y quedaron en que mañana me lo mandan a Cusco. No sé cómo pude
olvidármelo.
A las 7 salimos con Roxana
a caminar un poco por el pueblo y a comer algo. Ella me prestó un par de
zapatillas y me dio la práctica idea de secar las mías con el secador de pelo,
que no se me había ocurrido.
Entramos a un bar cerca de
la plaza donde está el monumento a un inca y había una manifestación con
petardos, como para ir preparándome a volver a BA. A la salida le preguntamos a
un policía qué pasaba y nos dijo que había problemas con el intendente, y que
había gente a favor y en contra de él.
Volvimos al hotel. Mañana
no hay actividades programadas a la mañana y a las 3 de la tarde sale el tren a
Cusco. El check out del hotel es a las 9,30 y sólo volvería a Macchu Picchu si
es un día de sol, pero weather.com dice que sigue lloviendo. Me dedicare a
pasear por el pueblo.
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